martes, 28 de junio de 2011

ebrio *

La sensación al dejar algo que sentías te pertenecía, es devastadora.

Y no me refiero sólo al hecho de “ese pantalón yo lo compré primero y ahora todos lo tienen” o “yo te besé mejor que todos y ahora estás con un tipo espantoso -más que yo- y te diviertes como si realmente te divirtieras y olvidas, como si realmente pudieras olvidar. Y guardas tus demonios y manías y malestares y enojos y ahora no estás aquí.

O el hecho de dejar de jugar con playmobiles, carritos, naranjas, cajas, muñecos o castillos porque te interesa ahora saber qué se siente gustarle a una niña. Es la devastación que agota las piernas, la espalda, arde los ojos y duerme las manos.

Es la sensación de saber que dejas un lugar que disfrutas mucho: como aquel viaje a la playa, condenado sólo a quemarte el pecho y el empeine izquierdo de forma grotesca. Acaso embriagarte con cerveza de barril, margarita o cocteles dulces, en el mejor de los casos; nadar solitario contra las olas y recibir el año nuevo sin lugar donde encajar. Pero que por fortunio o desfortunio o desgracia del destino alguien que cruza frente a ti te mira con nostalgia, te sonríe con ese bronceado de días, de presunción en las noches de mini faldas y música inocua; de miradas insidiosas de otros hacia ella. Fijadas en sus hombros, en su culo en sus piernas y su mirada fijada en ti, en ese espacio de arena y espuma, y tú, en un alegoría de caballería Hugh Hefner, Burt Reynolds, Burt Bacharach, exaltas un “cuando ésta víbora pica, no hay remedio de botica” con tono alcoholizado y en apariencia absurdo e improductivo, pero que, otra vez por el fortunio o infortunio, resultó en la frase de campeonato que hizo de ese cuasi fiasco playero, el inolvidable momento extenso que sólo ahora recuerdas, con frío en la espalda, con calor en las palmas de las manos. con bolitas en el estómago.

Es esa sensación de la que hablo: dejar el mejor momento de tu actual momento por un regreso a la realidad, al hábito, al mismo olor a ceniza. a ojos llorosos.

Es por eso que quiero nominar de pronto a las estaciones de camiones, trenes y aeropuertos como el cerebro intratable, catalizadores de tristeza: el reencuentro con la desesperanza, el axioma perverso.

Y aún así, no llamas…

Han desaparecido los abrazos enfermos; las desveladas de tequila; el desencuentro inapropiado; los collares de colores, la falda comprada para mi placer visual, mero y envidioso. Ésas cosas ya no volverán y cómo extraño tu olor.

Ah cómo extraño el movimiento rítmico inexacto de tus hombros al oír música house de mala calidad… lipgloss olor y sabor cereza, plataformas y tacones en la alfombra, de día, de noche n’ all da sexyness in da white room, salud *




mt*

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